Siempre he creído que una cosa está compuesta de muchas cosas más
pequeñitas. Bueno, no he descubierto nada nuevo, de hecho es así; yo soy una cosa,
pero estoy compuesta de infinitesimales átomos y así va en todo o al menos
eso creo yo.
En alguna parte leí o alguien me lo habrá dicho que uno debe siempre
emprender camino y perseguir sus sueños.
Yo he tenido y tengo muchos sueños: cosas que quiero hacer, caminos que
quiero recorrer, lugares que quiero conocer... y a pesar de esto, algo en esa
frase simplemente no me cuadra, no tiene sentido para mí del todo.
Y es que simplemente no estoy de acuerdo con eso de perseguir. Perseguir
para mí es como que yo debo ir desesperadamente en una carrera de obstáculos
tratando de alcanzar aquello deseado, y éste a su vez está corriendo
desesperadamente para no dejarse alcanzar, lo que a mi parecer está muy
alejado del significado de gozo que debería ser alcanzar un sueño, pues no es
más que fatigante, agobiante y frustrante.
En cambio a eso, más bien yo creo o he empezado a creer (puede que mañana
tenga otro parecer) que los sueños no se persiguen, simplemente se crean, y el
primer lugar de la creación de un sueño es la mente. Y como quien siembra una
planta, simplemente se pone la semilla en la tierra y se cierra... al final no
sabemos si la planta va a crecer o va morir sin haber visto la luz
del sol, esto dependerá de muchas cosas, cosas que ni siquiera pueden
estar al alcance de quien sembró. Quizás sí nazca la planta y llegue a
ser un gran árbol y el día que se esperan manzanas dé mangos... nada se sabe y
nadie lo sabe... solo se sabe la intención, solo se conoce el sentimiento al
momento de sembrar, al momento de fabricar.
Así pues, nació en mí la intención, luego en los dos... y haciendo caso a
muchas recomendaciones de personas y de libros y cosas así, decidí como
dicen las abuelas poner todo en manos de Dios; Soltar.
Me planteé la posibilidad y no era para nada descabellado pensar y mucho
menos hacerlo: irnos a vivir a Francia un año. (Y si se dan las cosas más
tiempo, eso es un tema suelto también) y por qué no?
Cuando estaba en sexto grado ¡eso hace uhhhh de tiempo! me fue muy mal en
el colegio. Y es que realmente yo no entendía por qué razón debía sentarme
al frente de un tablero a ver escribir a alguien y escucharle hablar. Así que
andaba como veleta dando vueltas por el salón y no poniendo pite de
atención. Hasta cuando llegaron las notas. En ese momento definitivamente
pensé que yo debo ser buena para otra cosa menos para estudiar. Cosa que
cambió gracias a mi madre que con mucho "cariño" me recordó que si no
“pasaba el año" no me daría más estudio y tendría que ponerme a cocinar
yuca para darle de comer a las gallinas. Y bueno, eso fue como agua
bendita... me despertó de mi letargo y de mi pereza intelectual y me he puesto
a estudiar. Obviamente no estudié por las motivaciones apropiadas, sino
simplemente por el temor de tener que cocinarle a las gallinas.
Todo este cuento y retahíla lo conocen muy bien mis familiares y amigos que
a su vez saben muy bien que no sé cocinar y tampoco quiero
aprender. Y todo este cuento y toda esta retahíla va nada más porque
cuando fueron esos momentos angustiantes de presentar los exámenes de
habilitación de matemáticas e inglés para pasar el año, tenía yo que estudiar
lo visto durante todo el año en cada materia en tan solo un mes... y con
tan solo 10 años se me ocurrió lo más brillante que a esa edad se me puedo
haber ocurrido, a mí solita en mi introspección, "Si alguien ya pudo,
porqué yo no?". Y era así y es así. En ese momento lo pensé y en ese
momento me convencí que mi materia gris, puede que no sea la misma que la
de los demás pero, fue hecha para funcionar relativamente igual y yo
tendría que encontrar la forma de hacerla servir. Y voila, aquellas
habilitaciones las pasé tan altas que nadie se lo podía creer incluyéndome a
mí: 9,7 en Matemáticas y 8,5 en Inglés en la escala del 1-10. En ese momento me
salvé, me salvé que mi destino fuera el de cocinarle yuca a las gallinas y
lo que eso significa.
Así pues, cuando me planteé la posibilidad de venir a Francia a vivir la
vida por un año o más, siendo algo que siempre deseé, algo
que siempre quise.... llegaron los temores y la desconfianza y por
supuesto también los pensamientos de comodidad y conformismo que fueron
implacables. Y todo esto es normal, ahora lo sé. Sentir preocupación o ansiedad
hacia lo desconocido es de todos y hasta al más fuerte o al que parece ser,
siempre habrá algo recóndito que se arruga al emprender hacía lo desconocido.
Pero la gracia y el poder están en sobreponerse a eso y en pensar "Si
alguien ya pudo, porqué yo no?".
Así pues, surgió la intención. Se sembró en los dos, en mi esposo y en mí. Algo
que él deseaba también y como él mismo lo ha dicho, quizás esto es algo que no
se hubiera atrevido a hacer solo.
Poco a poco, la intención fue creciendo y hubo muchas manitas involucradas
ahí, amigos quienes nos motivaron y como es popular en nuestra tierra decir
amigos que "nos dieron la patadita de la buena suerte" al punto que la
intención se hizo ilusión y se aclaraba el camino.
Todo se soltó, todo el proceso. Y dije, sí sale la visa bien y sí no,
pues también bien. Consciente que solo hay una Francia en el mundo, pero
aún más consciente que Francia no es el mundo entero y el
resto está a mis pies.
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